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Vamos a conocer Pimiango de la mano de Maiche Perela Beaumont y la Fotografía de Valentín Orejas

  Pimiango  

En lo alto, dominando el mar y los picos de Europa, y con su identificativo depósito de agua, se encuentra Pimiango.

La mayoría que frecuenta el Oriente de Asturias sabe que a este pueblo del Concejo de Ribadedeva no le faltan indescriptibles acantilados, pinturas prehistóricas, miradores, como “el Picu”, con vistas al Urriellu, o “el Picu Cañón”, estratégico en la guerra de independencia. También es admirado su faro, el más oriental de Asturias y rodeado de encinas.Y nadie que lo visite deja de acercarse a la Ermita de Santu Medé, que atesora leyendas y una fuente milagrosa, que hasta una estrofa del pericote nos lo recuerda. Así mismo, aunque menos concurrido, el misterioso Monasterio de Tina tiene su público.

Incluso se está haciendo famosa la singular representación que se realiza en el mes de agosto en memoria de la estancia en Pimiango de Carlos de Gante cuando, en compañía de su hermana Leonor, se trasladó desde Flandes.

Lo que no es tan de dominio público, es que la Iglesia, pintada de blanco y con los vanos en amarillo, a cuatro aguas y con torre campanario y reloj, está bajo la advocación de San Roque y custodia imágenes del Monasterio: la Virgen de Tina y Santa Ana con la Virgen y el Niño.

Tampoco, por el difícil acceso que mantiene intacta su belleza, suele tener gente la playa de Mendía, de aguas del color de la malaquita y de tal claridad que no es necesario bucear para ver el fondo.

Pero lo que si me parece que se desconoce es que a la entrada, en el Palacio, la casa fuerte de los Gutiérrez de Colombres, de piedra, con su fachada dividida en dos y orientada al sur y con un arco que da paso a un patio interior, establecieron sus dueños en el siglo XVII un taller gremial para enseñar el oficio de zapatero, aprovechando su relación con la villa zapateril de Noreña, dando así un medio de vida a sus vecinos que huyeron del mar. De aquella escuela salieron numerosos zapateros que recorrieron los pueblos del norte y elaboraron un argot para entenderse solo entre ellos: «el mansolea», que llega hasta nuestros días. De ahí que a los habitantes de Pimiango se les llame mansoleas.

No deja de llamar la atención la afición de los pobladores de Pimiango a hacerse zapateros, confirmada por el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1753 que recoge que de 51 vecinos, 32 eran zapateros, y añade que ninguno marinero.

Y llegado a este punto surge la pregunta ¿Por qué, a pesar de ser Pimiango el pueblo de Ribadeva más cercano a la costa, vivía de espaldas al mar?.

Al parecer no siempre fue así, hasta finales del siglo XVI esta población se asentaba en la parte sur de la Sierra Plana, en la zona denominada «las Bajuras», y sus habitantes se dedicaban a la pesca. Usaban sencillas barcas, pero por esas fechas una fuerte e inesperada galerna las hizo zozobrar, pereciendo todos los pescadores, quedando solo en el lugar mujeres, niños y ancianos. Éstos, que nunca olvidarían como sus familiares intentaron en vano ganar la costa, tras jurar que ninguno de los suyos volvería jamás a la mar, se apartaron del litoral y se avecindaron junto a la Casona del Palacio.

Sin duda fue un juramento inquebrantable y cumplido a rajatabla.

Sin orillar que Pimiango está ya presente en la Prehistoria, como lo demuestra en sus proximidades la cueva del Pindal, se puede considerar que entró en la historia antes de aquella violenta galerna, y curiosamente como consecuencia de otro temporal en la mar, aquel que llevó a Carlos de Gante a cambiar el itinerario de su viaje, dando lugar a que el día 28 de septiembre de 1517 pernoctara en la Casa Palacio de Pimiango.

No puedo continuar con estas líneas sin añadir que el cronista Laurent Vital describe una animada danza de ronda que en aquella visita real unas jóvenes bailaron en honor del futuro emperador, su hermana Leonor y su séquito.

Me pregunto: ¿Sería el Pericote?. Y por eso: “Valamé, valamé, mi tiu coxu rompió un pie y después que lo rompió llevolo a Santu Medé”.

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   Santu Medé… te dejará sin palabras!!   

Desde que tengo memoria conocía, por ser mi abuelo materno de Calahorra, que San Emeterio y San Celedonio habían nacido en esa ciudad riojana y que fueron decapitados a la orilla del río Cidacos, afluente del Ebro. Asimismo, sabía que son patronos de Santander, pero de lo que no tenía idea es de la razón por la cual la capital cántabra está también bajo la protección de los mártires calagurritanos. Fue, hace unos días, al escuchar una leyenda cuando até cabos y descubrí esa coincidencia de patronos.Cuentan que tras la muerte de San Emeterio y San Celedonio, los ángeles tomaron sus cabezas y las colocaron en un navío de piedra al que milagrosamente guiaron hasta la costa de Pimiango. Además, dicen que el peñasco labrado por las olas, al que llaman castro de la Jorocuca, es aquella barca. Más tarde, los clérigos del vecino Portus Victoriae, después Santander, reclamaron las reliquias para protegerlas de la invasión romana, y de ahí que las testas de los santos reposen en Cantabria. Ni que decir tiene que esa narración popular, adornada con elementos fantásticos y maravillosos, hizo que me faltará tiempo para ir a visitar el templo que los vecinos de Pimiango dedicaron al santo que les convoca cada primer domingo de marzo. Así que, a finales de noviembre, fijado ya el letrero de casi invierno, me encaminé, entre encinas de copas redondeadas, troncos retorcidos, casi negros, y acantilados precipitados al mar, a la ermita de San Emeterio.

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Llegado a este punto debo recoger que data del siglo XVI, es de nave única, cabecera cuadrada, tiene adosado un pórtico al norte, una estancia para peregrinos a sus pies y la corona una espadaña de un solo hueco. Pero lo que de verdad quiero expresar, el motivo principal que me trajo a escribir estas líneas, es que me sentí conmovida ante su sencillez, su recogida belleza en armonía con la naturaleza y su pureza de siglos. Allí te das cuenta de que hay tiempo para la calma y para el silencio, que solo rompe el eco del sonido del mar y el crujido de las bellotas de las encinas al caer. Después, los ojos y los pasos me llevaron con sigilo -tuve la sensación de estar perturbando el lugar- a una fuente, cuya agua cura los males de los huesos, y a un humilladero, una suerte de romántica capillina que guarda una reproducción en cerámica de la antigua imagen del santo.

No les he contado que en Santander dicen que las reliquias de los hermanos santos desembarcaron directamente en su tierra. Yo estoy convencida de que llegaron primero a Pimiango. ¿En qué me baso?. Es sencillo, porque en esa parroquia de Ribadedeva se le da a San Emeterio un nombre familiar, de andar por casa: Santu Medé.

LLANES | Pimiango... enclavado en un lugar de gran singularidad... DESCUBRE!!

   El enigmático sendero a Santa María de Tina   

Dejando atrás la ermita de Santu Medé, un sendero, que atraviesa un bosque de encinas, entre las que se puede entrever algún que otro trasgu correteando, conduce a las enigmáticas ruinas del Monasterio de San María de Tina.

Quizá lo más sorprendente del misterioso camino sea que se encuentre a tan poca distancia del mar, atravesamos un bosque, cruzamos un pequeño puente y después de unos duros ascensos y descensos aparecieron, casi como un milagro, las ruinas de la iglesia de Santa María de Tina.   Dsc 0794

Envuelta en un velo de misterio, y con el silencio de los lugares sagrados, solo interrumpido por el canto de una papina, resisten el paso del tiempo los muros de una nave orientada este-oeste, el ábside, la fachada occidental y restos de un añadido al norte, y en el exterior un pequeño horno y unas viviendas también en ruinas.

Llaman la atención el arco apuntado de la puerta, sobre la cual se adivinan tres ménsulas, que al parecer servían para apoyar el tejadillo del pórtico, así como la ausencia de contrafuertes, pero lo más sorprendente de esta iglesia enclavada entre un bosque de encinas y una plantación de eucaliptos, además de su cercanía a los acantilados, es su aire de austeridad, su falta de decoración, consecuencia de su traza románica.

Prácticamente hay unanimidad, apoyada por la tradición oral, de que en Tina, de la que tenemos menciones documentales muy antiguas, existió un centro monástico y también referencias a ermitaños que allí vivieron.

Con todo, la verdadera dueña del lugar fue Nuestra Señora de Tina, que se salvó del triste final de tantas imágenes al ser ocultada durante la guerra civil en el faro de San Emeterio, y que permaneció en el santuario aun estando en ruinas, y que en la actualidad se exhibe en la Iglesia parroquial de San Roque de Pimiango, que además custodia un tríptico de Santa Ana también de Tina.

La venerada imagen, de madera policromada, tiene cierta rigidez, la mirada ausente y acentuada la majestad por la corona, y el niño porta en sus manos la esfera del orbe.

En el camino de vuelta, enmarcado por helechos muy verdes y enredaderas de hojas sagitadas, que olía a menta, tuve la sensación de regresar de un mundo en el que el tiempo se había detenido, y muy bajito se me escapó “un menos mal” porque haya lugares así.

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  Miradores del Paraíso   

MIRADOR EL PICO CAÑON

En el año 1809, el general Ballesteros sacó del Fuerte de Llanes un cañón de a 24 (peso en libras de sus obuses) y lo emplazó en el conocido Pico de la Garita, en Pimiango, llamado así porque allí se refugiaban determinadas personas para vigilar la entrada al puerto y la ría de Tinamayor.

Dicho cañón originó muchas bajas a las tropas enemigas, y tras la contienda se mantuvo en su sitio durante unos ochenta años hasta que se desmontó y se bajó hasta Haedín, para luego llevar a Bustio el tubo- cañón, clavándolo en el muelle del puerto para amarrar embarcaciones.

Desde entonces el Pico, donde se ha construido un mirador que tiene la forma de una proa y desde el cual se puede contemplar el último pueblo de Asturias y el primero de Cantabria, se llama El Pico de El Cañón.

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MIRADOR DEL PICO PIMIANGO

En el Mirador de Pimiango, mientras me daba el aire en la cara, me di cuenta de que desde pocos lugares se alcanzan con los ojos unos paisajes tan grandiosos.

A sus pies las Bajuras, donde está el faro; al Sur la sierra del Cuera declinando suavemente, y detrás los Picos de Europa; a Poniente se recorta la costa, y Llanes al fondo. Y, además, si hay mar, bufones.

¡Lástima que en una sola fotografía no se pueda, como con los ojos, capturar todo!

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La Librería de Pimiango «Taberna Cultural»

Es un espacio sosegado lleno de detalles entre los que destacan los muebles antiguos y los más de 3000 libros

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Maiche Perela Beaumont

Fotografía, Valentín Orejas